jueves, 4 de marzo de 2010

Aladino II

Aladino sentía el peso de su pobreza. La desolación y el desamparo aumentaban mientras transcurrían los días con sus noches. Los calendarios eran ajenos a la incertidumbre de los desposeídos. Los derechos existían sólo para los poderosos. Los dominados no tenían la posibilidad de pensar por sí mismos. Ya todo estaba escrito para quienes no habían tenido la dicha de tener un lugar en la sociedad. El determinismo no era sólo una palabra, era la auténtica definición del paria. Aladino no pensaba: obedecía. Cuando fue llevado a empujones y obligado a sacar la lámpara de un pozo descubrió que el permanecer en lo profundo era la capacidad oculta de los héroes. Por eso no entregó la lámpara al mago del Malgreb. Actuó en la oscuridad olvidándose de los ojos del amo. Y vio.

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